martes, febrero 27, 2007

Trazos II

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.

No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

Pedro de Miguel

Trazos I

El hombre no tenía nariz, ni ojos, ni boca.
Y el rostro estaba cubierto de pelo.
Me llamaron a mí, para que investigara.
La encuesta no fue tan sencilla como posteriormente pudierais imaginar.
Me proporcionaron el pasaje de avión, y volé hasta las antípodas. Y de allí volví al punto de partida.
Por la otra cara del mundo.
Era preciso actuar con cautela, puesto que en ello estribaba el éxito de la empresa.
Sólo así pude averiguar lo que averigüé, y redacté un informe de setenta y siete páginas.
Del cual se deducía que: aquel hombre estaba de espaldas.

Gonzalo Suárez

jueves, enero 18, 2007

El preceptor filósofo

De todas las ciencias que se inculcan a un niño cuando se trabaja en su educación, los misterios del cristianismo, aun siendo sin duda una de las materias mas sublimes de esta educación, no son, sin embargo, las que se introducen con mayor facilidad en su joven espíritu. Persuadir, por ejemplo, a un muchacho de catorce o quince años de que Dios padre y Dios hijo no son sino uno, que el hijo es consustancial a su padre y que el padre lo es al hijo, etc., todo esto, por necesario que sea no obstante para la felicidad de la vida es más dificil de hacer comprender que el álgebra y cuando se quiere tener éxito, uno se ve obligado a emplear ciertas equivalencias físicas, ciertas explicaciones materiales que, por desproporcionadas que sean, facilitan, sin embargo, a un muchacho la compresión de la misteriosa materia.



Nadie estaba tan plenamente convencido de este método como el padre Du Parquet- preceptor del condesito de Nerceuil, que tenía unos quince años de edad y el rostro más hermoso que fuera posible contemplar.



-Padre -decía día tras día el joven conde a su preceptor-, de verdad que la consustancialidad está por encima de mis fuerzas, me es absolutamente imposible que dos personas puedan convertirse en una sóla: aclaradme ese misterio, os lo suplico, o ponedlo al menos a mi alcance.



El virtuoso eclesiástico, deseoso de tener éxito en su educación, contento de poder facilitar a su discípulo todo aquello que un día pudiera hacer de él un hombre de provecho, ideó un procedimiento bastante satisfactorio para allanar las diftcultades que hacían cavilar al conde, y este procedimiento, tomado de la naturaleza necesariamente, tenía que resultar bien. Hizo venir a su casa a una jovencita de trece a catorce años y tras asesorarla convenientemente la unió a su joven discípulo.



-Y bien -le pregunta-, amigo mío, ¿entendéis ahora el misterio de la consubstancialidad? ¿Comprendéis ya con menos dificultad que es posible que dos personas se conviertan en una sola?



-Oh, Dios mío, claro que sí, padre responde el encantador energúmeno-; ahora lo entiendo todo con una facilidad sorprendente. No me extraña que ese misterio constituya, según se dice, toda la alegría de los seres celestiales, pues es agradabilísimo divertirse haciendo de dos uno solo.



Algunos días más tarde el joven conde rogó a su preceptor que le diera otra lección, pues pretendía que había aún algo en el misterio que no comprendía bien y que no podría explicarse más que celebrándolo una vez más en la forma en que ya lo había hecho. El complaciente clérigo, a quien esta escena divertía probablemente tanto como a su alumno, hace volver a la muchachita y la lección vuelve a empezar, pero esta vez el clérigo, singularmente emocionado por el delicioso panorama que ofrecía a sus ojos el guapo muchacho de Nerceuil consubstanciándose con su compañera, no pudo resistirse a intervenir en la explicación de la parábola evangélica y las bellezas que con ese motivo recorren sus manos acaban por inflamarle totalmente.



-Me parece que esto va demasiado de prisa -exclama Du Parquet, agarrando al condesito por la cintura-, excesiva elasticidad en los movimientos, por lo que resulta que no siendo tan íntima la conjunción no refleja adecuadamente la imagen del misterio que hay que demostrar aquí... Si nos ponemos, exacto de esta forma prosigue el pícaro, obsequiando a su joven discípulo con lo mismo que éste ofrece a la muchacha.



-Ah! Dios mio, !que me hacéis daño, padre! -exclama el muchacho-. Y además esta ceremonia me parece inútil. ¿Qué otra cosa me enseña sobre el misterio?



-Oh, diablos! -contesta el eclesiástico, balbuecando de placer-. Pero no ves, amigo mío, que te lo enseño todo de una vez? Esto es la Trinidad, hijo mio... Hoy te estoy explicando la Trinidad, cinco o seis lecciones más y serás doctor de la Sorbona.

 

martes, noviembre 14, 2006

Esto es un atraco

A: Buenas, quería sacar cincuenta euros.
B: ¿Perdón?
A: Sí, es que el cajero no funciona. Aquí está mi libreta. ¿Me da cincuenta euros, por favor?
B: ¿Me está vendiendo una libreta por cincuenta euros? ¿Una libreta usada?
A: ¿Pero esto no es la Caja Bilbainocatalana de Ahorros?
B: Sí, claro. Mire, lo pone en la puerta.
A: Ah, qué susto. Pensaba que me había vuelto a confundir con la zapatería. El caso es que el cajero no funciona y...
B: Sí, eso ya me lo ha dicho. ¿Pero por qué le tengo que dar yo a usted ese dinero?
A: Porque es mío y lo necesito.
B: ¿Suyo? ¿Y qué hace aquí, si es suyo?
A: Pues abrí una cuenta corriente. Ustedes me lo guardan.
B: Ja, ja, ja, qué ridículo. Pero si yo a usted no le conozco, ¿por qué iba a guardarle nada? Y menos dinero.
A: Porque eso es lo que hacen los bancos. Ande, déjese de tonterías y déme mi dinero.
B: ¿Su dinero? Pero a ver, usted nos entregó ese dinero, ¿no? Pues ahora es nuestro. No habérnoslo dado.
A: Se lo presté.
B: ¿Dónde dice eso?
A: Bueno, supongo que en los papeles...
B: Ya, ya, supongo que, imagino que, los papeles que no tengo aquí... Lo de siempre, no es la primera vez que oigo ese discursito. Y luego traerá esos documentos tan superimportantes y veremos que no dice nada de eso, sólo que le abrimos una cuenta a su nombre y punto. Y ahí tiene su libretita con su nombre. Felicidades. Pero esos papeles no dicen nada acerca de la titularidad del dinero.
A: Pero la libreta dice que tengo más de seis mil euros en esta cuenta.
B: Bueno, al menos usted no peca de avaricioso, que los hay peores. ¿Y si yo le enseño esta libreta y le digo que le di a usted cien millones para que me los guardara?
A: Pero es que yo no soy un banco.
B: Ni nosotros una oenegé. ¿Qué se ha creído? ¿Que regalamos dinero? ¿Que repartimos billetes de cincuenta euros a cambio de nada? ¿Qué clase de negocio sería ese?
A: ¡Ustedes me cobran comisiones hasta por respirar! ¡Y pueden usar mi dinero para prestárselo a...!
B: Mire, deje de molestar. O se va de aquí inmediatamente o llamo a la policía. ¡Estafador! ¡Ladrón!
A: ¿Y mi sueldo? La empresa ingresa cada mes mi sueldo en esta cuenta.
B: ¿Ve cómo lo que dice no tiene sentido? Es decir, según usted, la empresa para la que trabaja nos da su sueldo a nosotros, que no le conocemos de nada y que no trabajamos allí. Eso es absurdo. ¿Qué clase de imbécil autorizaría a otra persona a cobrar su paga?
A: Yo sólo la ingreso aquí. La cuenta está a mi nombre. ¿Cómo van a pagarme cada mes en el despacho, si no?
B: Pues dándole su dinero.
A: Pero eso no funciona así.
B: ¿Ah, no? ¿Usted cobra en especie?
A: No, cobro un dinero que está aquí a mi nombre.
B: A su nombre, dice... Como si fuera el gobernador del Banco de España, firmando billetitos. El dinero ESTÁ EN el banco y ES del banco. No se lo pensamos regalar. Haga el favor de salir de aquí y si necesita cincuenta euros, venda algo o trabaje, como hacemos todos.
A: ¿Ah, sí? Pues no pienso seguir pagando la hipoteca.
B: ¿La qué?
A: La hipoteca. El dinero que el banco ME DIO para comprarme un piso. Santa Rita, santa Rita, lo que se da no se quita.
B: Nosotros jamás le daríamos dinero a usted. Y menos para comprarse un piso. Eso es ridículo. La gente no necesita dinero para comprarse una casa.
A: ¿Cómo?
B: Usted, cuando nació, ¿dónde vivía?
A: En casa de mis padres.
B: O sea, en una casa. ¿Y alguna vez compró esa casa?
A: No.
B: Y sin embargo vivía allí.
A: ¡No me líe! Mis padres sí que la compraron.
B: ¿Tiene pruebas?
A: (...)
B: Le he vuelto a pillar. Y déjeme en paz de una vez, que quiero acabar mi crucigrama.
A: Sí, sí, ya me voy. Pero esto no quedará así. Recibirá noticias de mis abogados.
B: Pero si no puede pagárselos.
A: No, pero tienen un quiosco.
B: Un momento, espere... ¿Usted necesita una batería de cocina nueva?
A: No me vendría mal.
B: Pues igual le interesa invertir un mínimo de tres mil euros en este fondo ridículo cuyos beneficios se van a comer las comisiones. ¡Le regalamos una olla usada!
A: Pero no tengo tres mil euros... Se lo ha quedado todo el banco...
B: No se preocupe. Nosotros le podemos prestar ese dinero. Para eso están los bancos.

lunes, noviembre 13, 2006

Litemaula 9.11.06.doc

Quien tanto se precia de servidor de vuesa merced, ¿qué le podrá ofrecer sino cosas del culo? Aunque vuesa merced le tiene tal, que nos lo puede prestar a todos. Si este tratado le pareciere de entretenimiento, léale y pásele muy despacio y a raíz del paladar. Si le pareciere sucio, límpiese con él, y béseme muy apretadamente. De mi celda. etc.

No se espantarán de que el culo sea tan desgraciado los que supieren que todas las cosas aventajadas en nobleza y virtud, corren esta fortuna de ser despreciadas della, y él en particular por tener más imperio y veneración que los demás miembros del cuerpo; mirado bien es el más perfecto y bien colocado dél, y más favorecido de la Naturaleza, pues su forma es circular, como la esfera, y dividido en un diámetro o zodíaco como ella. Su sitio es en medio como el del sol; su tacto es blando; tiene un solo ojo, por lo cual algunos le han querido llamar tuerto, y si bien miramos, por esto debe ser alabado pues, se parece a los cíclopes, que tenían un solo ojo y descendían de los dioses del ver. El no tener más de un ojo es falta de amor poderoso, fuera de que el ojo del culo por su mucha gravedad y autoridad no consiente niña; y bien mirado es más de ver que los ojos de la cara, que aunque no es tan claro tiene más hechura. Si no, miren los de la cara, sin una labor; tan llanos que no tienen primor alguno, como el ojo del culo, de pliegues lleno y de molduras, repulgo y dobladillos, y con una ceja que puede ser cola de algún matalote, o barba de letrado o médico. Y así, como cosa tan necesaria, preciosa y hermosa, lo traemos tan guardado y en lo más seguro del cuerpo, pringado entre dos murallas de nalgas, amortajado en una camisa, envuelto en unos dominguillos, envainado en unos gregüescos, abahado en una capa, y por eso se dijo: «Bésame donde no me da el sol». Y no los de la cara, que no hay paja que no los haga caballeriza, ni polvo que no los enturbie, ni relámpago que no los ciegue, ni palo que no los tape, ni caída que no los atormente, ni mal ni tristeza que no los enternezca. Lléguense al reverendo ojo del culo, que se deja tratar y manosear tan familiarmente de toda basura y elemento ni más ni menos; demás de que hablaremos que es más necesario el ojo del culo solo que los de la cara; por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo del culo ni pasar ni vivir.

Lo otro sábese que ha habido muchos filósofos y anacoretas que, para vivir en castidad, se sacaban los ojos de la cara, porque comúnmente ellos y los buenos cristianos los llaman ventanas del alma, por donde ella bebe el veneno de los vicios. Por ellos hay enamorados, incestos, estupros, muertes, adulterios, iras y robos. Pero ¿cuándo por el pacífico y virtuoso ojo del culo hubo escándalo en el mundo, inquietud ni guerra? ¿Cuándo, por él, ningún cristiano no aprendió oraciones, anduvo con sinfonías, se arrimó a báculo ni siguió a otro, como se ve cada día por falta de los de la cara que expuestos a toda ventisca e inclemencia, de leer, de fornicar, de una purga, de una sangría, le dejan a un cristiano a buenas noches? Pruébenle al ojo del culo que ha muerto muchachos, caballos, perros, etcétera; que ha marchitado hierbas y flores, como lo hacen los de la cara, mirando lo ponzoñosos que son: por lo que dicen que hay mal de ojo. ¿Cuándo se habrá visto que por ser testigo de vista hayan ahorcado a nadie por él, como por los de la cara, que con decir que lo vieron forman sus calumnias los escribanos?.........

viernes, octubre 27, 2006

Litemaula 26.10.2006

En la acera del otro lado de la calle donde yo resido hay un farol que es un maleducado. No sé si se debe a que ocupa el último lugar en la fila de faroles de mi calle, o que la esquina y el cruce los tiene tan próximos y esto le fastidia; desde luego, yo sólo sé, porque lo miro todas las noches, que verdaderamente es un farol sin modales.

Durante el día duerme, como todos los faroles, pero hacia las siete de la tarde, cuando regresa la noche, comienzan sus trastadas. Por ejemplo, si algún señor o señora se pasean junto a él y visten un sombrero, el farol, sonriente, lanza una esquirlita de luz presurosa que al contacto con la tela, plumas o demás ingredientes del sombrero, inicia un fuego más bien tranquilo y aromático que en la mayoría de los casos se percibe cuando ya es demasiado tarde. También, el farol, disfruta alarmando a las parejas solitarias con explosiones y ruidos propios de la combustión, o produciendo chirriantes sonidos con su estructura metálica, aunque este método prefiere reservarlo para las ancianas que se pasean con sus perros, hay que ver cómo las asusta, pobres señoras. Los perros, bastante más alertas, han desarrollado un miedo instintivo que les impide acercarse a menos de dos metros. Yo le digo farol, no seas tan maleducado , y él me responde con desprecio cállate, tonto.

Pero lo de ayer fue la gota que colma el vaso. A un niño que se paseaba por la calle se le cayó una moneda de cobre, hasta yo pude oír su tintineo. El niño se encontraba junto al farol, y éste, como lanzando unas últimas carcajadas de luz, se apagó de repente. Todos sabemos el valor que adquiere una moneda de cobre en las manos de un niño, así que al verlo llorar me sentí tan indignado que no lo tuve que pensar dos veces. Ya sé que estas cosas no se deben hacer, pero en aquel momento sólo me importaba darle una buena lección a aquel farol. Con mucho sigilo, salté el foso y escalé la verja que nos separan de la calle (es una tarea menos complicada de lo que piensan nuestros guardianes) y furioso me dirigí hacia aquel desvergonzado. Fue relativamente sencillo sacudir el farol hasta que no le quedó más remedio que encenderse, y entonces lo doblé y retorcí hacia el suelo para que el niño, que había dejado de llorar, pudiera buscar su moneda. Una vez la encontró, me dio las gracias y se marchó, todo contento. Yo me quedé mirando al farol, que todavía se atrevió a poner cara de insolencia y a amenazarme con sus chispitas. Le pegué tal trompada que se quedó totalmente descacharrado, mira que hacerle llorar a un niño, ya veremos si ahora sigues siendo un farol maleducado. Le habría dicho un par de cosas más, pero mejor si regresaba al zoológico, no vaya a ser alguien me viera allí, y claro, cómo se explica la discusión entre un elefante y un farol, al pobre niño no le iba a creer nadie.

viernes, octubre 20, 2006

Bienvenidos al LiteMaula

Aquí se inicia el Blog LiteMaula, a ver lo que dura.
El que quiera hacer posts y no solo comentarios, que me diga y lo incluyo.
Sugerencias, aportaciones, críticas,...