viernes, octubre 27, 2006

Litemaula 26.10.2006

En la acera del otro lado de la calle donde yo resido hay un farol que es un maleducado. No sé si se debe a que ocupa el último lugar en la fila de faroles de mi calle, o que la esquina y el cruce los tiene tan próximos y esto le fastidia; desde luego, yo sólo sé, porque lo miro todas las noches, que verdaderamente es un farol sin modales.

Durante el día duerme, como todos los faroles, pero hacia las siete de la tarde, cuando regresa la noche, comienzan sus trastadas. Por ejemplo, si algún señor o señora se pasean junto a él y visten un sombrero, el farol, sonriente, lanza una esquirlita de luz presurosa que al contacto con la tela, plumas o demás ingredientes del sombrero, inicia un fuego más bien tranquilo y aromático que en la mayoría de los casos se percibe cuando ya es demasiado tarde. También, el farol, disfruta alarmando a las parejas solitarias con explosiones y ruidos propios de la combustión, o produciendo chirriantes sonidos con su estructura metálica, aunque este método prefiere reservarlo para las ancianas que se pasean con sus perros, hay que ver cómo las asusta, pobres señoras. Los perros, bastante más alertas, han desarrollado un miedo instintivo que les impide acercarse a menos de dos metros. Yo le digo farol, no seas tan maleducado , y él me responde con desprecio cállate, tonto.

Pero lo de ayer fue la gota que colma el vaso. A un niño que se paseaba por la calle se le cayó una moneda de cobre, hasta yo pude oír su tintineo. El niño se encontraba junto al farol, y éste, como lanzando unas últimas carcajadas de luz, se apagó de repente. Todos sabemos el valor que adquiere una moneda de cobre en las manos de un niño, así que al verlo llorar me sentí tan indignado que no lo tuve que pensar dos veces. Ya sé que estas cosas no se deben hacer, pero en aquel momento sólo me importaba darle una buena lección a aquel farol. Con mucho sigilo, salté el foso y escalé la verja que nos separan de la calle (es una tarea menos complicada de lo que piensan nuestros guardianes) y furioso me dirigí hacia aquel desvergonzado. Fue relativamente sencillo sacudir el farol hasta que no le quedó más remedio que encenderse, y entonces lo doblé y retorcí hacia el suelo para que el niño, que había dejado de llorar, pudiera buscar su moneda. Una vez la encontró, me dio las gracias y se marchó, todo contento. Yo me quedé mirando al farol, que todavía se atrevió a poner cara de insolencia y a amenazarme con sus chispitas. Le pegué tal trompada que se quedó totalmente descacharrado, mira que hacerle llorar a un niño, ya veremos si ahora sigues siendo un farol maleducado. Le habría dicho un par de cosas más, pero mejor si regresaba al zoológico, no vaya a ser alguien me viera allí, y claro, cómo se explica la discusión entre un elefante y un farol, al pobre niño no le iba a creer nadie.

viernes, octubre 20, 2006

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